Los nuevos cambios de clima que nos ha regalado la ciudad de Monterrey me provocan un antojo irremediable por una tacita de café. Hemos amanecido entre 14 y 16 grados centígrados y por las noches vuelve a descender la temperatura, por lo que no está mal acompañar el crepúsculo con algo de cafeína.
Siempre me ha gustado la experiencia del café: los aromas, el sabor, las mesitas, la conversación... además el café suele traer consigo un espacio para leer, escribir, intercambiar ideas. Para mí ha sido el lugar en donde convergen historias. De hecho tengo un sueño compartido con algunos amigos más de poner un café. Sé que un día será real.
Saco el tema del café porque el lunes pasado a eso de las 6.30 de la tarde, fui al café Punta del Cielo a escribir un rato. Cuando pasaron las siete, el sol ya se ponía y yo estaba en mi momento de inspiración máxima, entró un vagabundo.
Desde que pasó el arco de la puerta me llamó la atención, pues me sonaba bastante familiar: alto, regordete y sucio (¡qué más podría esperarse de un vagabundo!). El hombre no dudó un segundo en acercarse a mi mesa. "¿No tiene algo que me regale, joven?", me dijo, mientras me acercó un botecito que traía impresa la foto de un niño.
Me le quedé viendo. Era el mismo vagabundo que ya he visto en varias plazas, iglesias, cafés, pero la foto impresa sobre el bote era de un niño distinto.
Dije, una de dos, o éste se dedica a ir engañando a la gente con nuevas enfermedades y complejos (suyos y de otros), o de plano es un voluntario estrella de muchas asociaciones. Yo lo he visto y lo he visto más de una vez.
Me indigné pero me engañé pensando que la primera opción era una posibilidad. Me duró poco el truco. Luego llegó Andrés, le platiqué, lo twiteé y se me olvidó la historia.
Al día siguiente fui al Starbucks con Daniel, mi socio en BANG! Nos reunimos frecuentemente a dialogar sobre la estrategia del negocio y otras cosas más o menos importantes. Ya habíamos interrumpido agradablemente la conversación cuando nos topamos a David, que llevábamos mucho tiempo sin ver, y luego a Mariana, que nos preguntó sobre el fin de semana (parece rima).
Pasadas las siete, tuve que interrumpir por tercera vez. Era el vagabundo de nuevo. Ahí estaba, otra vez, pidiendo con un diferente motivo.
Ya no se acercó. Simplemente se pasó de largo.
No creo en los vagabundos. Ni en los de aquí, ni en los de China. He visto cómo engañan a la gente y hacen negocio . ¿Qué opinan ustedes?
Cuidado con el vagabundo |
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