Quiero contarles un acontecimiento que me sucedió ayer en el Office Max (una papelería de esas gigantes). Tenía que sacar unas fotocopias y elegí el peor día para hacerlo: el Domingo antes del comienzo oficial a clases en las escuelas en Monterrey.Así las cosas, fui a Office Max (en Lázaro Cárdenas) que, como ya esperaba, estaba abarrotado de cosas y de gente. Claro, los mexicanos dejamos hasta el final los pendientes: las mamás de San Pedro no hicieron la excepción. Ahí estaban, desesperadas todas, comprando productos y provechos, depositando álbumes y cuadernos en los carritos de súper que dirigían con el nerviosismo típico de una señora que es conciente de que va a tener que dedicar toda la noche para forrar; todo aquel furor sólo por que en TODAS las vacaciones no se dignaron a dejar el televisor o la playa o las TVnotas o...
Y ahí estaba yo, antes que cuantiosas señoras irritadas o exasperadas, esperando tranquilamente a la fodonga muchacha de las fotocopias. En un determinado momento, mirando ella el modo de las señoras detrás de mí, se dignó a preguntarme: “¿qué tanta prisa tienes?” como diciendo: “ya viste a las señoras, ellas sí tienen prisa mientras que tú…”. No hablaré más de dicha ofensa, el hecho es de que mi semblante cambió y dije: “Mira, ¡tú saca las copias y ya!” a lo que ella no tuvo más que obedecer.
Después de aquél evento y ya con un poquito de mal humor, comencé la fila para pagar en la CAJA RÁPIDA, a la cual no puedes pasar si tienes más de 10 artículos. Era la fila con menos gente, como suele suceder. Ahí me formé políticamente y esperé. Después de 15 o 20 minutos y antes de que me empezaran a cobrar, recordé algo: ¡mi cuaderno! Faltaba un cuaderno. Entonces dije a la cajera: “Señorita, comience a cobrar, voy por mi cuaderno”. Precipitadamente corrí al pasillo de los cuadernos; tardé menos de 20 segundos; y, cuando llegué de vuelta a la caja “¡oh sorpresa!” una señora me miraba recelosamente mientras cobraban sus artículos y no los míos. Ésta llevaba -no miento- un carrito con más de 200 productos y yo…
En ese momento aparecieron sobre mis hombros el diablito (ese siempre llega primero) y el angelito. El diablo me decía: “grita, repela, exige”; el ángel, en cambio, susurraba (como suele hacer): “paciencia”. Le obedecí, con mucha molestia, al segundo. Cabe recalcar que, en cinco minutos, tenía una cena en mi casa.
Terminó así la señorita de la caja de cobrar los productos y exclamó: “son cuatro mil seiscientos treinta y tres pesos con sesenta centavos”. La señora, sin perturbarse, sacó de su bolso el famoso plástico: su tarjeta de crédito. AQUÍ VIENE LO BUENO. Ante la tarjeta de crédito, la señorita de la caja hace un gesto y dice: “uy, señora, como esta caja es de menos de 10 artículos, aquí no tenemos maquinita; no aceptamos tarjetas de crédito, mire el letrero”.
Imagínense la cara de la señora.
Ahora imagínense mi cara.
La historia termina en que salgo del Office Max y llego a mi casa a tiempo para cenar.