09 febrero 2010

Las cinco de "la mala suerte"

Dicen que un día se puede pintar de rojo cuando te levantas con el pié izquierdo. Yo quisiera agregar un par de momentos y sentimientos a la anterior experiencia de fortuna. Igual y logremos posicionar alguna de éstas y eliminar el “pié”, que ningún sentido hace y sólo discrimina a los zurdos.

Y acá van.

¿Por qué no poner “Levantarse al son del graznido de un pato”? Ese desesperante "cuak-cuak" agudo y grave que no deja de acrecentar la ira día tras día cuando uno vive en la ciudad... Si no es universal, podríamos poner mejor “el sonido que emita cualquier animal”. De hecho, yo mismo tengo una respuesta automática y –así como los perros- maldigo a las madres de todo el mundo cada vez que empieza un sonido repetitivo. Todos lo hacemos ¿apoco no? En esta categoría se incluirían alarmas de carros olvidados, música, gente “cantando” al son de un karaoke, entre otras cosas.

El segundo lugar se lo lleva “el celular a deshoras”. Ya que te levantó el pato, perro, gato, auto, karaoke o cualquier otro sonido exterior, estás a punto de quedarte dormido otra vez y suena el teléfono. Es tu mamá que sólo quiere ver si estás bien: “¿cómo estás mijito?, ¿bien?, me quedé con pendiente porque ayer llegaste tarde…” No es que mi madre sea así. Si lo fuera, apagaría mi celular. Pero sí que me han hablado otras personas y es de lo peor. Mala suerte número dos.

Tercera. ¡La típica! "En el baño no hay agua caliente". Acá no hay qué describir más: el sentimiento es universal. Conozco tres personas en el mundo que se bañan con agua fría… dos de ellos carecen de sano juicio. Tener que entrar a ducharse con agua fría es de esos signos que explicitamente indican el infortunio. Yo me pongo a rezar cuando me pasa. ¡No vaya ser que después choque!

Y la cuarta es esa: “situaciones que tengan qué ver con el tráfico o con tu auto”. O chocas o sales de tu casa y la batería del auto misteriosamente está descargada –aún y cuando la acabas de cambiar por una nueva-; o los semáforos te tocan –todos- en rojo; o señoras al celular se cruzan por tu camino sin hacer señales; o estacionas tu auto recién lavado cerca de la sobra de un árbol y, en menos de 15 minutos, lo encuentras lleno de popó de pájaro; o no encuentras estacionamiento en la UDEM.

Y el quinto y último sería –podría ser- relacionado con tu ropa. Cuando ya parece que nada más te puede salir mal, se te caen los tostitos con queso sobre la camisa que estrenabas ese día, se te rompe el pantalón en medio de la universidad o, peor aún –y acá quizá sonará familiar- derramas accidentalmente el café sobre la corbata favorita.

La lista de situaciones relacionadas con la mala suerte continuará en otro blog que se llame “negatividad”. Ahí incluiremos la corrupción, la burocracia, la pobreza, los terremotos, las marchas y manifestaciones de los últimos días, los diputados plurinominales, algunos locutores de radios y sus esposas, la crisis económica, entre otras cosas. Pero como premoniciones es feliz y siempre versa sobre estupideces menos condenadas, quizá nunca veas esa lista aquí.

04 febrero 2010

Sueños de un futbolero frustrado

Cuando un sueño es bueno y es interrumpido por el despertador o por cualquier otra cosa, la primera reacción usual es: "mi!”$·%&erda, no quiero despertar".

Sé que para algunos de nosotros esa reacción es regular. No creo en los que dicen que amanecen con una sonrisa o una oración -eso quizá viene después-. Somos muchos más –pienso- los que generalmente queremos guardar unas horas más nuestro cuerpecito en esas sábanas limpias con olor a "flores del campo" o "brisa del mar". Por algo se inventó el botón de SNOOZE -un genio, por cierto, Mr. Snooze-.

Pero este post no es para describir esa curiosa sensación de tomar conciencia después de un sueño pesado. Quiero, más bien, hablar específicamente de mi sueño de anoche.

Bien. Estaba en un gran salón. No era un salón normal, sino –insisto- un gran salón de eventos. Allí se encontraban varios personajes que han aparecido por mi vida en los últimos 7 años –sólo 7 años porque hasta ahí registra mi memoria conciente… lo demás son sólo breves olores, historietas, algunos videos y fotografías, entre otras cosas-.

En ese salón estaban algunos de mis compañeros de preparatoria. Específicamente aquellos que aborrecía más, los que menos esperaría ver. En mi sueño, sin embargo, eran mis más grandes amigos. De hecho compartíamos la mesa vestidos de gala. Smoking. No sé, no me acuerdo de más detalles.

Uno de ellos interrumpió de pronto la conversación y contó un par de chistes acerca de nuestra adolescencia. Se recordaron anécdotas –me permitiré decirlo- y así. No son importantes los temas que se trataron en la mesa. La comida era más que deliciosa.

También estaban allí algunos maestros de filosofía y otros de comunicación, gente con la que he compartido trabajos, proyectos, algunos familiares queridos y otros no tan queridos, todo parecía espectacular.

Pero ese día había un evento más. Era el clásico regio de futbol y además coincidía que era la final del torneo por primera vez en la historia. Esa tremenda coexistencia provocó que mis manos comenzaran a sudar. Me tenía con los nervios expuestos –no sé cómo más expresar esa tensión inmensa y no sé por qué razón en mi sueño un evento de tal naturaleza provocó tales cosas-.

El asunto es que no tenía boletos y quería ir. Lo comenté con uno de mis excompañeros de preparatoria, quien tomó sus cosas y me dijo: “sígueme”. Salimos del lugar, tomamos un metro –sería romano, porque el regio no era-, llegamos a un lugar en donde estaba su auto y nos dirigimos al estadio pero, antes de llegar a la calle que te lleva directamente al mismo, tomamos otro camino.

-“Te equivocas”, dije.

-“¡No!, espera…” respondió. Y agregó “no comas ansias, ya casi llegamos.”

Escuchábamos algo así como Maná o Caifanes. Recuerdo varias canciones específicas, pero no las digo para guardar el anonimato del dueño del coche.

Luego de unos 5 minutos de rodeos y callejones, llegamos a nuestro destino. Era una pequeña puerta de cómo un metro cuadrado.

-“¿Y ahora qué?”, pregunté

-“Nada, pues hay qué entrar por ahí.”

-“¿¡Qué!?, ¡ni ma%$·es!”, dije claramente.

-“Guey, confía en mí.”

En ese momento ya estaba más conciente. De esas veces en donde el sueño se empieza a mezclar un poco más con la realidad o no sé. Ya no quería entrar –al menos no tanto- y ya no me fiaba de esa persona.

-“Por qué confiaría en ti, si apenas te conozco. En realidad no eres mi amigo.” Grité, como si estuviera en una serie de televisión americana.

-“Bueno” –respondió- “¡como quieras!, entraré primero yo.”

No me quedó más opción que seguirle. No pensé en la claustrofobia, en lo elegante que estaba para ir al estadio, en lo sucio que pudiera estar aquel misterioso túnel, en que nada era lógico, en que no llevaba a Fátima conmigo, en dónde estaría en ese momento y en un par de cosas más.

Y de pronto mis oídos comenzaron a escuchar algo. Un ruido que iba creciendo.

-“¿Listo?” dijo mi compañero.

-“¡Más que listo!”

Se escucho un golpe fuerte, seguido por el peculiar sonido de tumulto bochinchero del estadio: AAAAHHHHHHHH… seguido por el estrepitoso sonido de mi maldito despertador. PIP, PIP, PIP, PIP, PIPIPIPI, PIPIPIPI, PIPIPIPI, PIPIPIPI, PIPIPIPIPIPIPIPIPIPI…. Y me desperté.


02 febrero 2010

La receta del día

Y, así como la Julia llegaba a escribir sus recetas después de días pesados, así yo les pongo hoy mi primera:

10 pasos para "adquirir" gripa en esta temporada.

1. Levántate.

Abre los ojos, apaga el despertador, encuentra tus pantuflas debajo de la cama y póntelas (el diccionario de Word sugiere: móntelas). Toma un baño. Desayuna ligero.

2. Trabaja.

Déjate empapar por un día regular de trabajo: estrés, buena música, comida rápida, pendientes que eran para ayer, y los puntos suspensivos que convengan. Oscurece (sin la b).

3. Dirígete hacia la UDEM en horario de 7 a 10.

Equis. No tiene gran complicación. Si los días están pesados y el tráfico cada vez peor, simplemente piensa en los niños de Haití o en Salvador Cabañas y agradece tu estado actual. Respira, quizás sea el único momento del día de tranquilidad. Si llueve, maneja con precaución.

4. Muestra tu credencial al entrar.

Con esta inseguridad, ahora desconfían de uno hasta en la universidad, que debería ser un segundo hogar. ¡Ni hablar!

5. Estaciona tu auto en el ranchito más cercano.

Después de 15 minutos de espera, puede que te toque un lugar a menos de 10 minutos del salón de clases.

6. Encuentra tu salón.

No importa cuán despistado seas, la UDEM te ayudará a clasificar los pisos por colores. Todo es más fácil acá.

7. Toma apuntes.

Pon atención. No vaya ser que al profesor se le ocurra poner examen.

8. Si te dan break y no fumas, acompaña a los que sí tienen el vicio.

Así igual y agarras algo bueno de ahí también.

9. Sal de clases

La parte más interesante. Quizá siga lloviznando para ese momento. Tú pensabas que hacía menos frío así que ibas desabrigado. ¡No te apures! Esa agua es como rocío. Salta los charcos que aparezcan por el camino, no importa cuán grandes sean. Si cruzas ríos, moja tus pies: es lo mejor que puedes hacer. Y en ranchito, ¡qué mejor!: empaniza (el diccionario sugiere empaliza) tu calzado con el sabor de un buen lodo.

10. Sube a tu auto.

Lo que faltaba simplemente era que la calefacción no sirviera y que acabaras de lavar tu auto para terminar un buen día de la Candelaria.

01 febrero 2010

Wall-e, el futuro y la imaginación

Un buen amigo tuvo sueños sobre la humanidad futurista: sin cejas o pestañas, sin cabello, sin uñas, sin un pelo, sin células muertas que "invadieran" nuestros cuerpos. Pregunté, ¿lo viste en tu bola de cristal? No, respondió, pero es de alguna manera lógico…


Y de lógica a veces la imaginación no tiene una gota. De cualquier modo entré en ese juego y, siguiendo esas tendencias, inmediatamente –¡ah inmediatez!- dibujé en mi cabeza un prototipo de humano.


No se parecía a lo que hemos visto en televisión. Es difícil resumirlo en unas cuantas palabras -para eso está el cine-. Ahora que lo pienso es parecido al que plantearon mis amigos de pixar en wall-e. Quizá después saque una película o un corto en donde explique mi visión futurista del hombre. O, no sé, probablemente pueda expresarlo a través de un logotipo.


Pero si quisiera dar unos breves trazos. Tomando como referencia lo que mi amistad apenas subrayó, comenzaría diciendo: bien, no tiene pelo, uñas o cejas. A ese gusano, agrégale las extremidades, vístelo futurísticamente (yo creo que los rombos y cuadros habrán regresado para entonces), tendrá un sentido más, pónle una tercera oreja, ojos en la espalda y ya está: el modelito físico del futuro. Después ponle un nombre y sácalo a pasear.


En el plano social, veo a mi “avatar” a la Ryan Bingham, llevando solo una mochila. Y nada más. Éste sería enteramente independiente a/de la humanidad y absolutamente subordinado de las tecnologías que nosotros mismos desarrollamos. No hace falta ser sociólogo para darse cuenta de ello, el tema está trilladísimo: nos separamos cada vez más unos de otros.


En esa mochila estaría la nueva versión del iphone –con esto pretendo decir que el iphone permanece por varios años más-, un cambio de ropa y un par de cosas más.


La parte espiritual no sé cómo imaginarla. Hay de dos: o es ateo, o es un ecléctico que ha logrado reunir o resumir las religiones en una sola. Psicológicamente está destruido.


Y acá termina el juego. Sería un poco depresivo seguirle. Malditas tendencias. ¿Irán en realidad en contra de la propia definición de hombre?, ¿Nos llegaremos a acostumbrar en algún momento a estos nuevos mundos?, ¿qué no el hombre es un animal social?, o ¿eso ya quedó como una etapa más de la evolución que ya superamos?, ¿se puede definir y construir al hombre en sí mismo y sin los demás, sin la sociedad?