15 septiembre 2009

Or are we dancer?

Nos han etiquetado los sabios modernos como la sociedad de la información, del cambio, como la sociedad post-industrial, la del internet, la posmoderna, la del conocimiento.

A mí me ha tocado vivir más bien en la sociedad del miedo. Tememos que suceda casi cualquier cosa. Tenemos miedo, por ejemplo, a quedarnos sin un cinco, a ser deportados, al qué dirán; a perder un dedo, a contraer influenza, al calentamiento global, a ser secuestrados, a que rapten a un familiar, que roben la casa; a la comida vegetal y a las grasas; a las montañas, la lluvia o los animales; a perder el trabajo, o el control, o la cordura. Le tenemos miedo al estrés.

Tenemos miedo que esté envenenada nuestra comida, que miren la clave de nuestro correo electrónico, que nos hakeen. Nos da miedo hablar de más, pero también hablar de menos; no figurar en un grupo; no ser popular; no recibir llamadas o alertas en facebook. Nos asusta la realidad y las películas, la música, el cine, la televisión, el radio.

Tememos entrar a lugares cerrados, nos asustan las arañas, el agua o lo desconocido. He escuchado gente que incluso le teme a los aliens o al chupacabras.

Nos da miedo que el internet pueda comerse la realidad, que las abejas tomen el control del planeta, que los robots tengan sentimientos, que nuestros coches hablen, que de pronto haya un huracán que termine con el planeta. Tememos el ruido y el silencio. Nos da miedo engordar. Le tenemos miedo -a veces- incluso a nuestros mejores amigos.

Nos da miedo conocernos verdaderamente y conocer a los demás. Nos da miedo amar. Nos da miedo mirar a los ojos.

Es esta sociedad, la que se queda en silencio. La que apenas mira -y con esto quiero decir: la que apenas se mira, la que apenas observa, la que apenas escucha-. Pareciera que los sentidos sólo los quiero para lo que me es placentero. Si no, los ignoro. Ignoro las señales. Ignoro a los demás.

¿De dónde surge este miedo?, ¿quién lo crea?, ¿somos nosotros mismos?

La imagen es de H. Sorensen de la colección Stone en GettyImages.



08 septiembre 2009

Lovers in Japan



Me he trabado en la nada por unos minutos antes de comenzar a escribir. Ahí (aquí) frente a la computadora tuve “un viaje”. Fui a mi sueño de hoy, que me tiene todavía angustiado. Es una especie de ansiedad ligera que invade mi subconsciente desde ese momento y de la cual no me he podido liberar.

No creo que tenga algo qué ver con el peso del trabajo, o de los exámenes o con Los Secretos de la Razón; no con mis errores pasados o la crisis, la gripa porcina o el concierto de KOL; tampoco creo que esté relacionado con el video experimental (que no es experimental) o con la BigMac que comí. No. Creo que es un simple desliz de mi imaginación o de mi creatividad. Quizá sea la falta de creatividad o la cena con queso.

Estaba en el aeropuerto (uno inventado, muy al estilo Charles de Gaulle). Me acompañaban mi familia y mi novia. Era un día nublado, con mucho trabajo y exámenes finales; uno esperanzador en el que dejaría todo aquello atrás para comenzar un viaje a tierras nuevas. Era –quizá- una premonición de una salida (desde un aeropuerto que no conocía). Iría a estudiar una maestría o algo así. Me habrían dado una beca en el extranjero.

Nos despedimos. Hubo lágrimas (y así). Y (así sin más), después de horas de filas y de papeleo, recordé que no había hecho la maleta. No llevaba conmigo nada más que un par de dólares. Y allí me desperté, pero el sueño ha continuado en mi imaginación.

Descubrí que no era yo, sino un japonés (hijo de mexicanos) que viajaba por primera vez acá desde el aeropuerto de Kansai. Era un artista que venía a exponer su trabajo y era precisamente su trabajo el que olvidaba. Era mayor que yo, tenía como 35 años; era bajo de estatura, sus ojos no estaban rasgados a la japonesa, sino a la mexicana. Le gustaba escuchar Lovers in Japan cada vez que salía de viaje. De hecho la escuchó ese día. Él sí llegó acá. Y llegó a salvo. Y, para poder traer sus obras, tuvo que tomar dos trabajos. Comenzó a dar servicios de telefonía y clases de japonés. Por la tarde pinta y vende este nuevo material anticreativo a precios bajos.

Es fecha que su obra no llega. Es fecha que no aprende español.


04 septiembre 2009

"De reojo" (2006), Betsabeé Romero



Tuve el placer de ir a Marco hace unos días. Me topé con un cuarto lleno de retrovisores de coche que reflejaban un video con carreteras fronterizas vacías y peligrosas. Pero lo mejor fue la poesía que estaba pegada a la pared con vinil.


Como la Mirada de infinitas mujeres que recorren

Diariamente trayectos peligrosos

Por ir a su trabajo,

Por ir a su escuela,

Por regresar o ir cerca de la frontera,

Como en Ciudad Juárez,

Como en Guatemala,

Chivos expiatorios de la política, del narcotráfico y de la pobreza,

Mujeres que bajan y suben de sus transportes

Mirando de reojo,

Espejeando,

Como con espejos retrovisores

De una Mirada tatuada de oraciones

Una Mirada que hemos aprendido involuntariamente

A llevar a cuestas,

Volteando incesantemente

Para ver si alguien nos sigue

Si alguien esta escondido en la parada

Si van siguiendo al colectivo

Si en el camión alguien nos mira

Espejos llenos de rezos y plegarias

De las hijas, de las madres y de todas

Las que somos y queremos.

En este transitar al sur de las fronteras.

03 septiembre 2009

worthless battles

A veces luchamos batallas muy al estilo de Sísifo. Y pasamos eternidades subiendo enormes rocas por laderas tan empinadas que, cuando estamos a punto de llegar a la cima, invariablemente, se precipitan al vacío y nos fuerzan a comenzar de nuevo.

01 septiembre 2009

De una sentada...

Les recomiendo un documental. Es breve. Les tomará unos 6 ó 7 minutos de su tiempo.

En él, el director nos presenta una composición de imágenes en blanco y negro, todas mostrando consecuencias -humanas principalmente- de la tragedia de aquel 26 de abril de 1986; historias de las víctimas del cruel suceso.

Es en definitiva un cuestionamiento a la humanidad: ¿cómo es que, como decía Hobbes, el hombre ha llegado a ser el lobo del propio hombre?, ¿en qué momento nos hemos vuelto el arma más letal de nuestra sociedad? Y debate mientras muestra niños deformes, con burbujas gigantes atadas a las cabezas o a las espaldas inocentes.

Y, aún así, esos niños no han dejado de ser niños. Y miramos sus juegos, sus alegrías, sus angustias. Las impactantes imágenes se siguen una de otra mientras el director las narra. Niños que no caminan, que comen en el suelo. “Como si fuera otra raza” –narra. La misión de estos pequeños seres humanos es, simplemente, sobrevivir.

Es una mirada menos ingenua a la realidad: en Chernobyl la cantidad de material radiactivo liberado, 500 veces mayor al de la bomba de Hiroshima, causó y sigue causando enormes enfermedades y muchas muertes. De hecho, el informe del Fórum de Chernóbil estimó que el número total de víctimas que se deberán al accidente se elevará a 4000.

Llama la atención la claridad con la que el director maneja la temática, sin pretender tomar alguna posición política. Las fotografías logran admirables contrastes que, junto con la música, comunican una tensión y una turbación interesante.