16 marzo 2009

Matías


Autores argumentan: el nombre -el hecho de que nos llamen de un modo específico- es un rasgo naturalmente humano. No nos suena -dicen- otro ser vivo que lo haga.

Intenté buscar en mi memoria un buen ejemplo que sustentara la aseveración que recién reescribo. No pude recordar un caso en donde me haya sentido menos por ello, pero sí que me acordé de un profesor que me llamó la atención fuertemente después de unos meses en que sólo le dirigí la palabra diciéndole "oye": "oye, ¿cómo se resolvía el problema?", "oye, ¿cómo puedo mejorar esta entrada?, "oye, ¿qué día será el cierre?". Me dijo en una ocasión, frente a todo el salón, "es una falta de respeto enorme que nunca me llames por mi nombre" y continuó por unos 10 minutos justificando su enojo. Algunas comunicadoras dejaron de usar el facebook para poner un poco de atención. Fueron fuertes palabras. Un psicólogo hubiera percibido traumas infantiles.

Recordé también el caso Montoya. Este comunicador se dejó decir Montalvo durante 1 mes de clases. La maestra de legislación le llamaba erróneamente así, y él obedecía a un nombre que no era el suyo. Hasta que un día, mirando la lista de asistencia, la maestra se notaba perturbada. Le preguntamos "¿qué pasa maestra?" y nos dijo, "Nada, simplemente no lo encuentro señor Montalvo". Y Montalvo resultó ser Montoya. La maestra se sintió tan mal consigo, que a partir de entonces el tal Montoya tiene ciertos privilegios -uno de los cuales es salir a las 14, en vez de las 14.15, hora en que termina la clase. ¡Abogados!

El colmo es Matías, uno de esos personajes anónimos que rellenan las máquinas de snacks. Su verdadero nombre es Abdías, nos confesó hace unos días, pero se deja decir Matías e incluso se presenta así desde que notó "la incapacidad" de los regios de llamarle por su nombre. "Matías es más fácil. Por eso ahora soy Matías", decía con una sonrisa ingenua que a Macías y a mí nos dio lástima. "Bueno -dijo Macías- al menos así no se me olvida. Rima con mi nombre". No sé si le podré decir Matías, ahora que sé que se llama Abdías.

Hablarle a alguien por su nombre es tomártelo(la) en serio. Las madres utilizan este recurso cuando quieren regañar a sus hijos. "Oscar Manuel", me decían de pequeño, y ya sabía que venía el castigo. Uno se "siente" bien cuando le llaman por su nombre. En ese momento "significamos" algo para la persona que nos llama. Intenten, dejen de decir "wey", "oye", "cuate", "compa", "amigo", "hermano", etc. Es un buen ejercicio.

En fin, la entrada era simplemente para contar la historia de Matías. Aquél personaje (ya no es anónimo) que recorre Valle del Campestre silenciosa y sigilosamente.

2 comentarios:

  1. Varios asuntos:
    1. Me encantó.
    2. ¿Era Cerón verdad?
    3. Decirle a alguien por su nombre es derribar el primero de los muros que separan dos intimidades. No es garantía de amistad pero sí presupuesto.

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  2. Está conmadre tu entrada, Manolo!

    Btw, me caga profundamente que me digan "amigo" jaja realmente me revienta sobremanera.

    Saludos, Manolo, éxito en parciales.

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