22 diciembre 2008

Gigante verde

El montañismo es uno de los “deportes” más relajantes que existen.

Lo pongo "entrecomillas" porque, de escucharme José Manuel, indicaría que es mucho más que eso, “es una forma de vida –diría-, de ver el mundo que los rodea”.

José Manuel es algo así como el perfecto paradigma del guía de montaña: botas, calcetín alto, shorts, camisa a cuadros, barba y gorra. Él dirige un grupo de alto montañismo. ¿Su frase? "Yo soy de la alta montaña. Allá arriba soy, acá abajo sobrevivo." -Evidentemente no es literal-.

De vuelta a casa, José Manuel charlaba de eso y de otras cosas con Fátima, mientras que yo -en mi mononeuronalidad- pensaba en la excusa que daría a mi madre cuando viera el estado en que llegaba yo a casa. “¿A dónde te metiste?” estaba seguro que iba a exclamar. Pero llegué y no había nadie. Sólo Santiago, que estaba enfermo e inexpresivo. Tuve qué señalar el lodo en mis pantalones y en mi cabeza: “¡mira!, ¿no ves?, ¡mira cómo vengo!”.

Y es que subir el Cerro de la Silla, ese gigante verde, no es cualquier cosa (si no me creen, pregúntenle a Jimenita o a su “¿cuánto falta?”, que comenzó a los 5 minutos de haber comenzado a subir).

Yo no dudé en mi “grandiosa” habilidad de montañista y de mi “amplia” experiencia en los deportes de altura. Además, dije, como tengo buena condición física, no creo tener problema alguno. (Quien me conozca sabrá que un porcentaje de la anterior oración es absolutamente falso. Continuemos).

Bien. Tomé mi mochila, me hice mi torta, un breve desayuno y en eso ¡Jamiroquai!, ¡mi celular! Era Fátima: “cómo vas, ¿listo?” y yo, fingiendo mi estado modorro “sí… este… ahora salgo”.

6.00 de la mañana.

Batallamos un poco para dar con el punto de partida -pequeño inconveniente-; prometimos utilizar Google Maps para la siguiente ocasión; llamamos a José Manuel y nos clarificó el camino: "vuelta en 'u' en el alto parpadeante, y, en la primera, a la derecha".

Estábamos listos para salir poco antes de las 7.00 am.

La primera mitad fue sencilla. En la carbonera perdimos a nuestros primeros hombres. El ánimo general, sin embargo, era positivo. La "moralidad" -como dicen en los libros de historia- era alta. Y así fue hasta la cima. (Quizás unos 20 minutos antes de llegar al pico pedí como 32 veces un descanso, pero, fuera de eso, la subida fue espectacular. Además, la conversación -una compartida- en el camino lo hizo mucho más corto).

La llegada a la cima fue inesperada. De pronto vimos a Juan Manuel detenerse en un punto y comenzar a felicitar a todos. ¡Ya estábamos ahí!, pero la neblina impedía ver a más de unos metros. Nos sentamos a comer y en poco tiempo comenzamos el descenso.

Acá salimos (quizás salimos sea mucho decir, yo apenas salgo muuuy, muuy al fondo) en video: http://www.youtube.com/watch?v=IQ1kISmTbMw

Al minuto tres, una vez en "la bajada", pequeñas gotas de lluvia se dejaron ver entre las rocas, sobre ellas, en la tierra y en nuestros hombros: estaba lloviendo. Eso implicaba dificultad para bajar. Los resbalones empezaron poco tiempo después y, con ello, las rodillas a temblar. Llegó un punto en el que me desplomé, cual lagarto, en el suelo. El guía trasero (tiene un nombre también, pero no me lo recuerdo) no me decía nada. Sólo llamó por radio a Juan Manuel, quien me rescató.

A decir verdad perdí la moralidad al punto en que perdí mi apuesta. Yo juraba que faltaban 23 minutos, cuando, en realidad, faltaban como 2 horas de resbalones y hortiguilla -creo que así se llama esa planta que arde y envenena-.

Poco tiempo después de desfallecer y revivir estábamos abajo, victoriosos y con un frío de miedo. Pasamos el túnel y pisamos pavimento. Miré de reojo el cerro. "Ahora te respeto", me dije.

Y apagué la luz.

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