Ella sólo se fue; sí inesperadamente. No dijo nada. Salió enojada –inmensa- pues le habían echado leche entera, en lugar de light.
Yo, no podía creerlo. Me quedé como pasmado, ahí parado en mi individualidad –había amanecido disperso desde la mañana. Y recordé a mi maestra de redacción, segundo semestre en Filosofía, “una oración se compone de sujeto verbo y complemento.”
“Señor, señor… ¿qué va a pedir?”, ah, lo siento ehm… quiero un té verde con limón alto, y un moka frapuccino venti. Me subí a mi coche. Abrí la guantera y coloqué el café y el té.
Ella llegó a su casa, se sentó a la mesa y no dijo una sola palabra. Su madre se quedaba mirándola. No se decían nada.
Comencé a escuchar el claxon del auto de atrás. El semáforo estaba en verde. Avancé. No estaba presionado. Bajé las ventanas del coche. De cuando en cuando miraba de reojo al café y al té, que debían mantener su postura.
La madre comenzó su ensayado discurso. Ella, la niña, hizo una seña muda, como si volteara las páginas de un libro. La madre le pasó su libretita.
De pronto me topé con un camión de carga, que estaba subiendo lentamente. Yo iba bien, pero él me hizo la seña (direccional + mano que hacía indicaciones de que lo rebasara). Y lo propasé en un nervioso arrancón.
Ella. Ella comenzó a llorar.
Y el té de limón cayó en la guantera.
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