
Y miro hacia todos lados. Y mi soledad me abruma. Ahí estoy sediento de todo pero basto de creatividad.
Tomo entonces la pluma que traigo en el bolsillo de mi chamarra y dibujo símbolos mayas de S.O.S. –aquellos que aprendí en la primaria-. Su fuego arde tan intenso, que me deja ciego por unos minutos. Pero, después de ese penetrante dolor, recupero una vista perfecta.
Ahí arrojo mis lentes, los golpeo y salto sobre ellos. De pronto todo mi cuerpo toma energías cósmicas. Y corro más veloz que un jabalí.
Ahí comienzo a percibir un miedo externo, como si un nuevo sentido despertara en mí. Y me acerco a lo que parecía una tormenta de arena. Ahí está, en medio, un pequeño niño. Sucio. Está temblando. Lo sostengo en mis brazos y lo llevo lejos, a lo que, según, era mi hogar.
Su miedo había consumido la pizca de irritación que corría por mis venas. Arribamos al lugar. Sujeto al pequeño niño, le ayudo a limpiarse.
Y descubrí que era yo mismo.
Impresionado, salí al desierto de nuevo. Y comenzó a llover.