el lazarillo de la central

No eran rombos y cuadros sino rayas. Azul y rojo en una playerita talla 12, de un niño que apenas tenía 10. Era él lazarillo, un lazarillo auténtico, en la central de autobuses en San Pedro (centro).

Recorro todos los días la ruta 130. No la recorro toda: voy gran parte de Vasconcelos hasta llegar a la central, y de ahí a la Universidad (la UDEM). Cada día me topo con una nueva sorpresa: que si no sirve el clima; que si el chofer viene de mal humor; que si el asiento donde te sentaste estaba mojado; que si olía mal; que si la gorda de a tu lado no se bañó; que si el mp3 del "compa" de atrás está demasiado alto; que si una discusión; que si la chica de al frente cumple años; que si el pastel; que si una botella de pepsi va rodando por el suelo (¡cada quien en su lugar!); que si el viejo que va dormido a tu lado va a derramar un poco de saliva sobre ti; que si sigo no me vas a leer otra vez.

Bien. Pues estaban así las cosas un día común y corriente cuando, al llegar a la central "algo" soprendió mi vista: era un lazarillo. ¡Un lazarillo!- grité, de hecho, en mi interior. Y en mi interior se quedó la exclamación. Nunca había mirado, es por eso que lo escribo, un lazarillo humano. Es decir, sí; sí había visto ciegos con bastones, ciegos con perros, pero ciegos acompañados por un niño…

Este ciego iba contando una historia –al menos así lo imaginé-, la historia de un amorío que tuvo él mismo –o al menos así lo imaginó- con la madre del lazarillo; amor por el cual, el niño había sido engendrado. El niño sonreía de cuando en cuando, dando instrucciones al papá ciego que lo cogía del hombro. Caminaban ambos con cuidado. Así llegaron a mi lado. Yo me les quedé mirando. (Esta historia continuará).